Parashat Shelaj Lejá

“Una tarde, una zorra hambrienta y sedienta vio un delicioso racimo de uvas maduras. Pensó que éstas calmarían su sed. Entonces saltó pero no pudo alcanzarlas, se estiró y saltó varias veces más. Sintiéndose derrotada, se dijo a si misma que las uvas estaban verdes y se retiró”. Fábulas de Esopo

Los doce meraglim (espías o exploradores) habían retornado de explorar la tierra de Israel. Y todos, excepto Caleb y Ieoshua, dieron un reporte negativo, desmoralizando al pueblo y  sumiéndolo en la desesperanza.

Los doce eran los líderes del pueblo – príncipes de cada una de las tribus – hombres justos y respetados, ¿Por qué dieron un informe negativo?

Quizás actuaron motivados por el miedo. Ese miedo que actúa nublando nuestros sentidos y nuestra mente. Un temor que no solo paraliza, sino que también perturba la visión y la palabra. Cuando nos formamos un preconcepto de cómo debería ser una situación, y elaboramos prejuicios que son producto del miedo y la ignorancia, nuestros ojos se enceguecen y vemos solo lo que nuestra mente quiere ver. Nuestros peores terrores se hacen realidad: “Allí vimos a los gigantes… aparecimos ante nuestros ojos como langostas, y así éramos ante los ojos de ellos.» (Bemidbar 13:33)

¿A qué temieron?

Quizás temieron a dejar la seguridad relativa del desierto, donde todas sus necesidades, materiales y espirituales, eran cubiertas de manera milagrosa; tal vez temieron volver a una situación de cotidianeidad que los llevara a sentirse esclavizados, o a ser un pueblo más entre todos los pueblos, cautivos de sus propias violencias, injusticias, indiferencia, y oscuridades.

El miedo los debilitó, y llegaron a creer que no podrían conquistar la tierra de Israel: “No podremos…. ya que es más fuerte que nosotros”; y buscaron justificaciones “es una tierra que se come a sus habitantes” (Bemidbar 13:31-2). El miedo comienza con una sola persona, y se contagia como una epidemia. Con el temor se transmite el escepticismo y la falta de confianza en Dios, en ellos mismos y en la gente.

A veces los seres humanos cuando creemos que nuestras metas son inalcanzables, nos decepcionamos antes de emprenderlas, racionalizamos nuestras dificultades, y culpamos a nuestro prójimo. No nos animamos a elevarnos por sobre las circunstancias externas y culpamos a la altura de la parra, a los habitantes de la tierra, a todo. Nuestra mente nos confunde y trata de convencernos que no deseamos lo que en verdad nuestro corazón sabe que anhelamos.

El miedo al fracaso está en espejo con el miedo al éxito. Ya nos habló Freud acerca de los que estando cerca de la meta se boicotean por miedo al éxito, y fracasan. Los meraglim deseaban entrar a la tierra, pero el miedo fue tan fuerte que les jugó una mala pasada. Se auto convencieron de dos cosas contradictorias entre sí: no serían capaces de conquistar la tierra y aunque pudieran hacerlo, la tierra no valía la pena.

La pregunta existencial es ¿Cómo hacer para dejar de temer? O aún más importante, ¿Cómo evitar que el miedo nos paralice y nos lleve al fracaso?

Debemos ser conscientes que el miedo genera una suerte de hologramas, produce que veas lo que no está allí, creando una representación mental de aquello a lo que le tememos. Por ello debemos mirar hacia nuestro interior, encontrar fortaleza, y continuar caminando, aun con el miedo a cuestas, para comprobar a poco de emprender la marcha, que eso que veíamos y nos producía terror, era tan solo un espejismo que al atravesarlo rápidamente desaparece.

Frente a nuestros mayores temores, debemos reaccionar enfrentándonos al desafío. Descubriremos que en nuestro interior teníamos las fuerzas y los recursos necesarios para salir airosos de él.

Parafraseando el Pirkei Avot, ¿mi hu guibor? hakobesh et ietzro.

¿Quién es valiente? El que conquista sus propios miedos.

¡Shabat Shalom!
Raba Marcela Guralnik
Directora del Centro de la Mujer Java
Seminario Rabínico Latinoamericano


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