Llevo este par de días, seguramente igual que todos, mi muy querida familia, con un nudo en la garganta, con incredulidad, incomprensión, dolor, tristeza, luto y rabia.
Inimaginable a dónde fuimos a parar, pero aquí estamos ante esta nueva realidad: tiempo de llorar…
Siguiendo las noticias- serias y lo más objetivas posibles, que no lo son tanto en muchos medios- me vinieron a la mente imágenes de los tiempos de la Shoah donde vimos cómo el hombre se transformó en animal y, hubo más allá de los miles de culpables por comisión, muchos millones en el mundo responsables por omisión.
Sigo sin poder digerir ni entender por qué el mundo, la sociedad y en nuestro entorno nacional, hay siempre doble estándar en tantos aspectos que tienen relación directa con los valores fundamentales, que dignifican la vida: cuando se trata de cualquier otro donde se arremete y viola sus derechos humanos, se producen toda clase de pronunciamientos condenatorios y obviamente se espera que se sume la voz judía en ese sentido, pero cuando se trata de los judíos, de Israel… mmm… allí hay otro criterio. No escucho ni leo una sola palabra de parte de los tantos defensores de los derechos humanos, ¿dónde están? O, acaso las imágenes que los medios de comunicación han compartido- que no vienen de los medios israelíes sino de los de los propios terroristas criminales- donde se ven claramente sus atrocidades y su celebratoria alegría, ¿no merecen que haya declaraciones públicas de condena?
Cada seder de Pesaj recitamos con fe, amor, esperanza y procurando poner en contexto siempre- porque somos, le pese a quien le pese, le agrade a quien le agrade, un pueblo de esperanza y amante de la paz- la oración “Shfoj Jamatja…derrama tu enojo sobre las naciones que no te conocen…”. Y me viene muy a la mente ahora, porque desde el propio dolor, la incontenible conjunción de emociones encontradas, las voces de los parientes llorando por sus seres queridos impunemente asesinados, las mujeres violentadas, los niñitos llorando siendo maltratados y todos por el solo hecho de ser judíos y vivir en nuestra tierra, Israel, no puedo evitar sentir que ante todo estos criminales deben sí o sí pagar por sus viles actos criminales. No por venganza, sino para erradicar el odio. No para sembrar en nuestros hijos y nietos sed de venganza y odio –como tristemente lo hacen esos grupos terroristas y sus acólitos allá y en el mundo entero- sino porque queremos y amamos la paz.
Somos un pueblo que, al decir de algunos historiadores, hemos sido- a pesar de ser proporcionalmente tan pocos en el mundo- esenciales en los engranajes de las ruedas del carro de la historia. Pero, a no confundirse, no somos ni seremos corderos marchando silenciosamente al matadero, aunque se molesten quienes se molesten aún incluso si fueran judíos. Lo dijo el Rebe de Bratslav: “hermanos míos, no desesperen…” y lo utilizó también Mordejai Anilevich durante el levantamiento del Gueto de Varsovia, la misma frase, para inspirar orgullo de ser, hidalguía y frente en alto a pesar de las condiciones.
Después del 9 de Av recitamos la profecía “consolad, consolad a Mi pueblo”, en ese profundo dolor estamos efectivamente, pero no nos quedaremos entrampados ni paralizados en esta estación. Es una dura prueba, pero tal como antaño, como los sobrevivientes de la Shoah que se transformaron en supervivientes y de las cenizas se alzó la esperanza, aquí es igual. No seremos nunca más los mismos, nada será igual, pero con nuestras vidas y dignidad no se juega, no se lo permitimos a nadie.
Estamos viviendo, siendo testigos y en parte actores, de una horrible, dolorosa y repudiable oscura página en la historia, no solo de la historia judía, sino de la historia universal. Nadie nos quitará el derecho de ser y vivir. Cada uno de aquellos amigos, familiares, conocidos cuyas vidas fueron sesgadas impunemente nos han heredado y ordenado vivir y reafirmar a cada paso de hoy en adelante que Am Israel Jai, el pueblo de Israel vive.
Está en nosotros sumar la fuerza y el orgullo de ser para pasar al tiempo de borrar lo que debe ser borrado de la faz de la tierra, y al tiempo de construir con amor, fe y esperanza en la paz.
Hoy más que nunca debemos estar juntos, reuniéndonos como familia que somos, para encontrarnos y darnos consuelo y, por sobre todo, para encontrarnos y darnos la fuerza de emerger más orgullosos de quiénes somos y por cuáles valores estamos en pie.
Desde y con el corazón, con profundo amor y aprecio, con orgullo de ser y pertenecer, amando la paz, con fe y esperanza, sumándose a erradicar el odio en todas sus expresiones. Y tal como dice la letra del himno de los Partisanos: “Nunca digas que esta senda es la final, aunque cielos plomizos oscurezcan días azules; la hora que estamos esperando llegará, nuestros pasos sonarán: ¡aquí estamos!”
Rabino Shmuel Szteinhendler