PARASHAT VAYESHEV

Sin lugar a dudas, cuando la vida nos sonríe, nos sentimos inmensamente felices. Si bien es cierto que los momentos de felicidad exultante son desesperadamente efímeros, cuando tenemos la dicha de vivirlos, nos invade un espíritu muy especial y sentimos una suerte de energía cuasi adolescente que nos hace correr hacia el primero que vemos para contarle lo maravilloso de lo que nos está pasando.

A veces, lamentablemente, esta actitud también es adoptada por algunos de nosotros, no con el objeto de que quienes nos rodeen se alegren por la buena estrella que nos está iluminando en ese momento, sino que, quien sabe porque perversa inclinación, con la mezquina intención  de enrostrarle al que no es tan afortunado, lo exitosos que somos o lo bien que nos va.  Si bien en ambas situaciones, el correr y el contar, el mostrarnos entusiasmados con lo que estamos viviendo constituye la representación externa, lo visible de lo que nos está ocurriendo, ambos escenarios son radicalmente diferentes y producen en nuestros interlocutores respuestas probablemente bien diferentes. En el primer caso, lo más probable es que  encontremos ecos favorables por parte de quienes nos escuchan los cuales seguramente  no dudarán  en alegrarse con nuestras alegrías y en celebrar nuestros logros. Pero en el segundo, solo lograremos generar inquina, desdén y hasta una venenosa envidia que termine corroyendo y desgastando lo mejor de esa eventual relación que pudiéramos estar manteniendo, desde lo social o afectivo, con esa persona.  

Este es exactamente uno de los temas más álgidos que hacen a la saga entre los hijos de Jacob y que ocupa la escena central de nuestra parasha de esta semana. Veamos. Nunca sabremos a ciencia cierta, que fue lo que movilizo a José realmente cuando corrió hacia sus hermanos para contarles sus sueños. Así nos lo cuenta nuestra Torá:

 

“…Soñó Iosef un sueño y se lo dijo a sus hermanos y ellos siguieron odiándole más. Les dijo a ellos: escuchad – ahora – este sueño que yo he soñado. Y he aquí que nosotros estábamos sacando gavillas en medio del campo y he aquí que se levantó mi gavilla y se afirmó y he aquí que vuestras gavillas las circundaban y se prosternaban ante mi gavilla. Le dijeron sus hermanos: ¿Acaso reinar has de reinar sobre nosotros? ¿Gobernar habrás de gobernarnos? Y siguieron odiándole aún más por sus sueños y sus palabras. Soñó más, otro sueño y se lo contó a sus hermanos. Dijo: He aquí, he soñado otro sueño más y he aquí que el sol y la luna y once estrellas se prosternaban ante mí. Se lo contó a su padre y a sus hermanos y le reprendió su padre y le dijo: ¿Qué es este sueño que has soñado? ¿Acaso venir habremos de venir, yo y tu madre y tus hermanos para prosternarnos ante ti a tierra? Le envidiaron sus hermanos más su padre aguardó la cosa…” (Gen. 37: 5 11)

 

En los tiempos bíblicos, los sueños eran entendidos como la manifestación de la Voluntad Divina a los seres humanos que tenían el privilegio de que Dios se comunique con ellos. De aquí, que los sueños de José eran claramente premonitorios; no hay más que leer el resto de la historia para darnos cuenta que los sueños del joven hijo de Jacob terminaron concretándose ampliamente. Sin embargo, dicha realidad de éxito que acompañó a José se desarrolló, no junto al orgullo de su padre, a la alegría de sus hermanos, y rodeado de la dicha de su familia. Por el contrario, si bien los hermanos y el propio Jacob, a la postre, terminaron prosternándose frente al segundo del faraón – que no terminó siendo otro más que el propio José – dicho logro se construyó sobre el enojo y el extremo desdén de sus hermanos surgida del lacerante rencor que fueron cultivando en su contra. Esto sin mencionar el indescriptible dolor que vivió su amado padre quien vio destrozada su vida al creer durante veinte años que había perdido a su hijo.

En esta narrativa, la Torá nos quiere transmitir que los logros, el éxito, y los sueños alcanzados, solo valen la pena si se celebran con nuestros afectos y no al precio de perderlos. Es más, muchos de nosotros concluiríamos que la obtención del éxito a costa de la pérdida de vínculos queridos, simplemente no es éxito.

Trabajemos, entonces, en pos de lo mejor para nosotros, pero siempre cuidando de manera honesta y efectiva a quienes nos rodean, para que cuando tengamos la fortuna de lograr lo que nos propusimos, no nos encontremos con que estamos solos.

 

Shabat Shalom
Rabino Dr. Felipe C. Yafe
Profesor
Seminario Rabínico Larinoamericano

LA PARASHÁ EN VIDEO:
Un proyecto conjunto entre el Seminario, Masorti Olami y la Asamblea Rabínica:
Los invitamos a compartir la Parashá de la semana.