Parashat Behalotjá: TODA IMAGEN PASADA FUE MEJOR
Literalmente comienza la travesía por el desierto. Se contó a los hombres, se formó un ejército y se les asignó tareas y ubicaciones a cada tribu (Parashat Bamidbar). Se inauguró el Mishkan y dictaron las leyes del sacerdocio (Parasha Nasó).
Se coronó el trabajo en el tabernáculo con el encendido de la menorá por parte de Aaron. Se prepararon las trompetas que anunciarían las paradas y partidas durante el viaje; y se determinó cómo y cuándo se harían estas paradas, las que serían pura y exclusiva voluntad de D’s.
Así estaba el pueblo, listo para comenzar un breve recorrido en el cual estaría amparado y protegido por la presencia divina. Pero como todos sabemos ese transitar no fue tan corto como se esperaba, y parte del porque este viaje se hizo tan extenso se encuentra en Parashat Behalotjá.
“Recordamos los pescados que comíamos en Egipto, gratis (…) Más ahora, nada excepto el maná hay ante nuestros ojos.” (Bamidbar 11:5-6), se quejaba el pueblo por no tener carne para alimentarse, acto que generaba la ira de D’s. ¿Cómo podía ser que un pueblo recién salido de la esclavitud se queje de un alimento como el maná que recibían gratuitamente?
Según la interpretación de Abravanel, en Egipto el pescado era gratis. El río Nilo tenía tanta abundancia de peces, que cualquiera cavaba un pozo en la orilla y, al subir la marea, este hoyo quedaba lleno de peces; y los egipcios le permitían a los esclavos ir a buscar alimento allí. Es por eso que el pueblo compara estos dos alimentos que recibía sin pagar. Y es en esa comparación donde radica el origen del enojo de D’s. Porque un pueblo que vio morir a sus padres, hermanos e hijos bajo el yugo de la esclavitud y sólo mantiene en su memoria la posibilidad de acceder a ciertos alimentos durante esos años es un pueblo que no entiende lo que significa ser libre, y por lo tanto no puede serlo.
En Sefer Tehilim (el Libro de Salmos) se llama a esta generación “Dor lo hejin libo”, la generación que no preparó su corazón (para ser libre). No porque deseara volver al amasado del barro y la paja, sino porque se había convertido en una generación que no podía ejercer la libertad en su sentido positivo, no tenía la capacidad de controlar y determinar sus acciones. Y es por eso que añora el tiempo de una libertad ficticia, una libertad negativa que ejercían los egipcios permitiéndoles ir a buscar peces al río y de este modo ocultar la prohibición de ejercer la propia voluntad del pueblo judío.
Como escribe Nejama Leibovitz (1905-1997) : El problema “…no fue la comida, ni la bebida, ni el pescado, ni si eran entregados gratuitamente o si debían pagar por ellos, ni si eran frescos o estaban rancios; no era esto lo que deseaban, sino toda aquella libertad (negativa), de no tener que estar sometidos a las exigencias de la cultura y de la auto-restricción en la que vivían siendo esclavos en Egipto”.
El hecho de haber recibido la ley pocos días antes fue lo que llevó al pueblo a este reclamo. El paso de la esclavitud a la carga del cumplimiento de las mitzvot fue lo que no pudieron soportar. Leyes y mandatos que nos conducen a la autolimitación, en las relaciones sociales, familiares y sexuales, en el trabajo y el descanso, en la comida y la vestimenta. ¿es acaso la restricción que nos exige una mitzvá, peor que la servidumbre? El accionar del pueblo judío recién liberado, como respuesta a esta pregunta, nos muestra como en la libertad negativa se esconde la fuerza del esclavizador.
Porque cuando el amo domina no lo hace en la vida privada, solo esclaviza en las horas de trabajo; ya que es el mejor esclavo aquel que antes de someterse a su amo, se somete a sus instintos más básicos. Cuando el esclavo se emborracha, se pelea con su prójimo, cae preso de la gula y de su sexualidad, es cuando más se alejará de su libertad, de su honor y su moral, se convertirá en un burro de carga y el amo habrá triunfado. Por eso los egipcios le permitían a los iehudim ir a buscar pescados al Nilo, porque en un pequeño acto de falsa libertad puede esconderse la verdad esclavitud.
Lamentablemente aquella generación jamás pudo desprenderse de ese instinto hacia la servidumbre que mantuvieron como secuela de los años de trabajos forzados. Este reclamo de carne fue el comienzo del episodio que concluirá con la negativa a conquistar la tierra de Israel, hecho que sentenció a todo el pueblo a vagar 40 años por el desierto a la espera del surgimiento de una nueva generación, con nuevas ideas y realmente libre.
Parashat Behalotjá nos llama a repensarnos continuamente, a releer los motivos de nuestras decisiones; a sentirnos incómodos, incluso en nuestra libertad.
Juan Pablo Ossandon
Estudiante del Instituto A. J. Heschel de Formación Rabínica
Seminario Rabínico Latinoamericano