Al final de la parasha anterior leímos sobre la victoria de los israelitas sobre los amorreos en su paso hacia la Tierra Prometida. Esta semana conocemos al rey de los moabitas que está preocupado por el avance de los israelitas hacia su región. El nombre del rey de los moabitas es Balak y Balak también es el título de esta parasha que nuestros antepasados decidieron nombrar en su honor al separar la Torah en capítulos para ser leídos semanalmente. Como Balak está preocupado por los israelitas que se acercan, decide pedirle ayuda a Bilam (un profeta local y uno de los personajes más enigmáticos de toda la Torah) para que vaya y maldiga a los israelitas.
Bilam toma su asno y se dirige al campamento de los israelitas para maldecirlos cuando algo intercede en su camino. Bilam no puede verlo pero en el medio del camino hay un ángel de Dios que está parado con una espada deteniendo el paso. Curiosamente, si bien el ángel de Dios permanece oculto para Bilam, su asno puede verlo y asustado decide no avanzar. Bilam comienza a pegarle al animal para que avance pero no hay caso: la bestia bruta no se mueve. Es ahí cuando nosotros como lectores somos sorprendidos por uno de los momentos más cómicos, bizarros e inesperados de toda la Torah al leer de un asno que puede hablar:
“Entonces Adonai abrió la boca del asno, y éste dijo a Bilam: — ¿Qué te he hecho para que me hayas azotado estas tres veces?…¿Acaso no soy yo tu asno? Sobre mí has montado desde que me tienes hasta el día de hoy. ¿Acaso acostumbro hacer esto contigo? Y Bilam respondió: — No.” (Números 22:28-30)
Como lectores sabemos que estamos lidiando con una alegoría. Ninguno de nosotros al escuchar o leer un narrativa como ésta supone que está leyendo una crónica o un relato histórico del mismo modo que lee las noticias en el diario. Estamos sin dudas ante un relato metafórico en el cual el narrador de este pasaje quiere enseñarnos una moraleja ¡Pero qué lección más vigente nos deja para nuestros días!
Este pasaje nos sugiere una tensión entre nuestro intelecto humano y nuestro instinto animal. El asno y Bilam son una y la misma cosa si consideramos que en el fondo todos formamos parte del mismo ecosistema. El aire que respiramos, el suelo que pisamos y todo lo que nos rodea incluyendo otros seres no está realmente separado ni fuera de nosotros. Todos somos parte del mismo tejido cósmico, de la misma matriz, de la misma Unidad que declaramos en el Shema. La savia del árbol que abrazamos corre por nuestras venas. Todo está relacionado con todo lo demás.
Pero al pensarnos separados fantaseamos que hay una diferenciación entre el pensamiento y el sentimiento. Es así como podemos convencernos que estamos en el camino correcto desde una perspectiva lógico racional aún cuando sentimos en nuestros kishkes que algo está mal. No hay sensación más poderosa que saber algo profundamente pero no permitirnos pensarlo. Es ahí cuando lo que tenemos que escuchar no es solamente nuestro cerebro sino nuestras tripas. La unión honesta entre lo que sentimos y pensamos es lo que diferencia la pasión y devoción que anticipan incluso a la experiencia del ritual y la religión por encima de aquello otro que nada tiene que ver con el valor humano: la ignorancia, la indiferencia, el literalismo y fundamentalismo que discrimina a quien no piensa como uno, asesina en nombre del Dios de la vida, tortura en el nombre del Dios del amor y hace la guerra en nombre del Dios de la paz
La búsqueda espiritual de cada nación, pueblo e individuo requiere un balance constante entre el intelecto y las tripas, entre lo que racionalmente podemos entender y aquello que sentimos profundamente que es así pero no podemos explicar del todo. Bilam y su asno nos recuerdan esta importante lección. Una injusticia en cualquier lado es una injusticia en todos lados. Una acción que sentimos en nuestras tripas está mal -aunque nuestros cerebros pueden llegar a pensar engañosamente que está bien- es lo que nos hace más que humanos. Cuando esto se ausenta y nos fragmentamos perdemos nuestra humanidad y el asno dentro nuestro es quien realmente ve las cosas que nosotros ya no podemos ver por nuestra ceguera intelectual. Es mi deseo que tengamos el valor de unificar nuestra unidad para construir en sincronía desde la razón y la pasión.