Parashat Pinjas
¿Quién dijo que la libertad es algo que se disfruta?, se preguntaba de forma recurrente Moisés llevando su mano a la cara y deslizándola suavemente hasta acariciarse la barba. Esto hacía durante su estadía en el desierto, cada vez que tenía que tomar decisiones que no le gustarían a todos, o al cumplir su función de intermediario entre Dios y el pueblo.
¡Hay mucha idealización sobre la libertad!, se respondía con suspiro, siempre que se hacía esa pregunta, mientras intentaba disimular el agotamiento físico y mental que arrastraba hace años.
Nunca el ser humano podrá ser libre, pensaba Moisés, y miraba al cielo quizás esperando que Dios lo contradiga. Porque uno no elige de quién se enamora, ni cuál va a ser su profesión y otras tantas cosas. Esas son elecciones que se hacen dentro de un marco muy chiquito de libertad que nos da nuestra propia historia, nuestros padres, nuestra cultura, nuestras vivencias y experiencias personales. O como dirá Jean Paul Sartre 3500 años después: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”.
Aún así, con todos los conflictos del alma y de la mente que puede tener una persona, sumándole además los problemas que conlleva liderar un pueblo con más de 600 mil voces y opiniones, Moisés seguía adelante comprometido con el deseo de lograr su misión. No permitía que nada lo desviara de ella. Y claro, el deseo es una fuerza que moviliza hasta en los momentos en los que ya no ténes ganas de seguir.
Sin embargo -y lamentablemente- hay en cada uno de nosotros algo que tiene tanta fuerza como el deseo y es el impulso de hacerse daño. Ese maldito impulso que tiene el ser humano de boicotearse a sí mismo. Y Moisés no estuvo exento de eso. Incluso quizás ese haya sido su mayor pecado, el de haber sido humano, demasiado humano.
Moisés se equivocó en una oportunidad o, mejor dicho, se autoboicoteó, y eso le costó muy caro. Debía pedirle a una piedra que le diera agua al pueblo como le había explicado Dios. Pero en lugar de hacerlo, la golpeó para conseguir el agua que tanto necesitaban sin pensar en las consecuencias que eso traería. O, tal vez, sin importarle ya las consecuencias.
Después de ese episodio, y por haberse rebelado contra su palabra, Dios le anunció a Moisés que se acercaría el final de su vida. Quizás no haya sido ése el único motivo. Quizás también el error de Moisés fue abandonar esa libertad que tanto cuestionó, dejándose dominar por sus impulsos. O, como más adelante en la historia dirá Emile Durkheim: el ser humano es libre mientras controle sus impulsos, si no es esclavo de ellos.
También hay otras alternativas: una de ellas es la de no pensar la muerte de Moisés como un castigo sino como un fin de ciclo. Quizás tanto Dios como Moisés comprendieron que su etapa como líder estaba terminada. Que ya estaba cansado y no podía seguir guiando al pueblo. Y esa percepción lo llevó a Moisés a pedir un recambio, un nuevo líder para el pueblo.
El concepto de liderazgo implica movilizar gente. No se puede liderar un grupo sin lograr moverlo y moverse física, ideológica, espiritual o psicológicamente. Si como líder se deja a las personas donde estaban en un comienzo o se mantiene la propia vida en el mismo lugar del inicio, entonces no se lideró.
Este acontecimiento nos enseña que el ser humano no es producto de sus circunstancias, sino producto de sus decisiones. Moisés también lo fue. Lamentablemente, y por fortuna, una persona tiene que convivir con las decisiones que toma día a día. Y aunque a veces resulte peligroso porque hay determinaciones que pueden hacernos mal o poner en juego nuestra vida, necesitamos de esas decisiones para liderar nuestras vidas y la de los nuestros.
Liderar nuestras vidas es tomar decisiones, aprender de ellas y seguir avanzando.
Por Hori Sherem
Estudiante del Seminario