Jaiei Sará o cómo trascender en el tiempo
Es curioso que esta parashá se denomine “La vida de Sará” cuando el primer acontecimiento que relata es su fallecimiento, y el último, el fallecimiento de Abraham. Pero, fiel a la tradición del judaísmo, aquí la muerte de nuestra primera matriarca y nuestro primer patriarca se resignifican a la luz de los días vividos, de sus valores, del sentido que imprimieron en los demás.
En el caso de Sará, su muerte aparece en forma repentina, inesperada. Cuenta un midrash que se dio por enterada de que Abraham sacrificaría a su hijo, su único, Itzjak. No pudo superar el dolor y aguardar la espera de su regreso, tal como ocurrió.
Ese amor profundo que sentía por su hijo, da el marco de la historia central de esta parashá: la elección de una mujer para Itzjak. Si bien los hechos que se relatan parecieran trascender la voluntad y sentimientos de sus principales protagonistas, son ellos los que se apropian de su destino a través de sus decisiones y emociones.
Conocemos esta historia: una vez que dio sepultura a Sará, Abraham piensa en el futuro de su hijo, lo cual equivalía a preocuparse por la continuidad del pueblo que D´s le prometiera. Le ordena entonces a su servidor de máxima confianza que fuera a la tierra donde moraba su familia, Aram Naharaim, y que trajera de allí a la mujer que considerara apropiada para Itzjak. No le dio precisiones de cómo debería ser esa mujer, pero sí aclaró que sería ella la que tendría que acompañarlo hasta Cnaan y no Itzjak quien dejara su tierra para acercarse a la mujer.
El servidor de Abraham fue bien provisto en su travesía (diez camellos, joyas y acompañantes) pero eso no lo liberó del temor de hallar a la muchacha correcta que le valiera el cumplimiento de su palabra ante Abraham. Sus rezos fueron escuchados al ver a Rivká en el pozo de agua: su belleza y generosidad desinteresada lo conmovieron. Rivká lo condujo ante su familia y su hermano Labán sí se vio motivado por la riqueza que traía este forastero, y lo recibió con una hospitalidad impostada. El servidor de Abraham dejó de lado las atenciones excesivas porque lo urgía presentar su propósito: llevar a Rivká como mujer a Itzjak. Si bien a su propia familia le resultó imprevista la posibilidad de su partida, en un acto que podría considerarse inusual para la época, dejaron la decisión en manos de Rivká, que era solo una joven: “¿Irás con este hombre?”, le preguntaron; a lo que ella simplemente respondió: “Iré”.
El encuentro entre Rivká e Itzjak podría describirse como amor a primera vista: ella, que se sobresalta al verlo acercarse; él, que inmediatamente la lleva a la tienda que era de su madre, y simplemente la amó, tal como relata la Torá.
Podemos pensar que el sentido que dejó Sará para su posteridad fue la capacidad de amar profundamente, sin condiciones: su hijo Itzjak mostró ser capaz de amar de ese modo tanto a su mujer, a sus dos hijos, a su padre y a su madre. Fueron muchas situaciones movilizantes las que vivió nuestro segundo patriarca frente a la voluntad de sus seres queridos; sin embargo, él nunca demostró resentimiento ni reproches ante ninguno de ellos.
En cuanto a Abraham, la Torá dice que luego de sepultar a Sará, ya era anciano. Es claro que lo era aún antes de su fallecimiento, pero fue en ese momento límite en el que tomó conciencia de la importancia de asegurar la continuidad de su pueblo a través de su hijo Itzjak.
Por eso la necesidad de que a sus 40 años, su hijo contara con su propia familia, y diera descendencia. Por eso, también, la necesidad de aferrarse a la tierra que fuera prometida; porque la continuidad sería posible solo sobre la base de ambos factores.
Y la trascendencia tan ansiada por Abraham se da en el momento de su propia sepultura. En la Torá se relata que esa circunstancia coincide con un reencuentro inesperado: el de sus dos hijos Itzjak e Ishmael. Ambos se unen para despedirlo. Fue este un acontecimiento tan antiguo que cuesta creer que resulte tan significativo, tan cercano y tan lejano, al día de hoy.
Deborah Rosenberg
Estudiante de Heschel