En la actualidad, y desde la destrucción del segundo Beit HaMidkash (el Gran Templo de Jerusalem), el paradigma de Iom Kipur ha cambiado: ya no se trata de un ritual a cargo de una sola persona, sino que todo judío debe asumir su responsabilidad y atravesar un día de profunda reflexión en la búsqueda del perdón divino.

 Iom Kipur cierra los llamados Iamim Noraim (días terribles), que comenzaron diez días antes con Rosh HaShaná (el Año Nuevo), también conocidos como Aseret Iemei Teshuvá (los 10 días de arrepentimiento).

 A lo profundo y reflexivo del día debemos sumar también que se trata de una jornada de ayuno completo, es decir, desde el anochecer del día 9 de Tishrei hasta el comienzo de la noche siguiente. Además de los típicos condicionamientos que impiden comer y tomar, Iom Kipur le suma la prohibición de lavarse, untarse, mantener relaciones sexuales, usar zapatos de cuero y la realización de las Melajot (tareas prohibitivas de Shabat).

 La pregunta entonces es: ¿Cómo puede ser este día el más importante del año? ¿Qué es lo que genera que miles de judíos, quizás alejados de la ritualidad el resto del tiempo, se vean atraídos a las sinagogas?

 Iom Kipur encierra un clima absolutamente distinto al resto de las festividades y fechas de celebración del calendario judío. Es un momento donde las preocupaciones cotidianas, materiales, efímeras, quedan a un costado; tiempo de comunidad y de familia; tiempo de reencuentro con nuestra tradición, sus valores, melodías y costumbres; tiempo de rezos profundos, con seis Tefilot (servicios litúrgicos) como ningún otro día en la actualidad; tiempo de arrepentimiento, enmarcado en el Vidui (confesión litúrgica); tiempo de recuerdo, reflejado en el Izkor (pasaje del rezo matutino en el que se eleva la memoria de aquellos que físicamente ya no están con nosotros); tiempos de renovación y cambio; tiempo de abstracción, donde el mundo parece detenerse.

 En Iom Kipur se cierra el Sefer HaJaim (el Libro de la Vida), y para desearnos un buen veredicto en él nos decimos “Gmar Jatimá Tová”, que tengamos todos una buena rúbrica final!

Agustín Marcoff