La ordalía a la que es sometida la mujer considerada sotá, es decir, desviada o sospechada de adulterio por su marido, es, sin dudas, a nuestros ojos un ritual deleznable y degradante. Repasar aquí los componentes de este ritual, sus brebajes, las invocaciones cuasi mágicas empleadas por el cohén, las abjuraciones y por sobre todo la ignominia pública a la que es sometida la mujer en cuestión resulta innecesario.
Es natural y, quizás, si se quiere, deseable que este ritual sea percibido en nuestros ojos de tal modo. No podríamos esperar que –tras los miles de años que nos separan de la época en la que este texto fuera redactado y este ritual fuera estipulado— nuestra percepción del rol, de los derechos y prerrogativas de los miembros de una pareja sea idéntica a la de los judíos antiguos al respecto.
De hecho, casi dos mil años antes de que escribiéramos estas líneas, los Sabios de la época de la Mishná supieron expresar sus miramientos con respecto a toda esta ordalía e incluso establecieron su discontinuidad (lo cual puede considerarse o bien como un dato histórico o bien como una expresión de deseo; véase Mishná, Sotá, 9:9). Si esto es así, si hace ya cientos o incluso miles de años este ritual no sólo es considerado irrelevante sino contrario a nuestro sentir moral, entonces ¿por qué continuar leyéndolo año tras año?; ¿por qué no simplemente obviarlo, ignorarlo, por qué no saltear algunas líneas y ahorrarnos el disgusto provocado por su lectura?. ¿Acaso el anhelo por preservar la memoria y el registro de nuestras costumbres más antiguas justifica la revisión de un ritual tan perturbador año tras año?
Quizás la respuesta a esta preguntas se halle en el móvil, en la motivación que lleva a un hombre a tomar la determinación de someter a su esposa, de acuerdo con el texto bíblico, a este ritual. El versículo 14 del capítulo 5 del libro de Bemidvar describe esta motivación como un arrebato de celos que se apodera del esposo, como un miedo que se trueca en una furia irrefrenable e incontenible, en una suspicacia que le impide ver la humanidad de su pareja, que lo convierte en un ser que no tiene reparos en someterla a un ritual denigrante y, quizás, mortífero.
La Torá, a diferencia de otros libros y literaturas sagradas, no presenta héroes ni semidioses, seres alados e impolutos que no tienen defectos o fallas de ningún tipo; la Torá, por el contrario, habla acerca de nosotros mismos; la Torá nos habla a nosotros mismos, a humanos limitados e imperfectos, a personas que a menudo se dejan arrastrar por el torbellino de las emociones y de las pasiones, a seres que muchas veces –a causa del orgullo y la vanidad o de otro tipo de sentimientos— se ven enceguecidos e incapaces de ver en el Otro a un igual, a una hermana, a un hermano.
Una de las etimologías que proponen los Sabios del Talmud vincula la palabra “sotá” con la palabra “sh’tut”, es decir, estupidez (véase Talmud de Babilonia, Tratado de Sotá, 3a). ¿Cuántas veces es nuestra propia necedad, nuestra propia insensatez, lo que nos aleja de aquellos que son, o que fueron, importantes para nosotros? ¿Cuántas veces no somos nosotros sino nuestros miedos aquellos que nos inmovilizan, nos paralizan, nos atolondran y nos impiden reconciliarnos con aquellos que amamos?
Quizás sólo por ello aún preservemos la memoria de la sotá. Sólo para recordarnos que nunca es tarde para salir de nuestro letargo, para arrancarnos de las emociones nocivas que nos separan de aquellos con quienes nos liga un amor más fuerte que cualquier miedo, vanidad u orgullo.
¡Shabat Shalom!
Rab. Jordán Raber
Coordinador del Departamento de Publicaciones
Docente de Talmud y Literatura Rabínica
Seminario Rabínico Latinoamericano
LA PARASHÁ EN VIDEO:
Un proyecto conjunto entre el Seminario, Masorti Olami y la Asamblea Rabínica.
Los invitamos a compartir la parashá de la semana:
Parshat Nasó por el Rabino Rami Pavolotzky del Temple Beth El, Lancaster, PA.