Uno de los relatos más controversiales de la Biblia es el sacrificio de Itzjak (Akeidat Itzjak) como prueba que le pone Dios a Abraham para demostrar su fidelidad absoluta, en tiempos en que lo más común era el politeísmo.
Es imposible no estremecerse ante el relato de la Akeidá. Un asunto al que, a lo largo de los siglos, no se le pudo dar una explicación viable para entender a un Dios que manda a matar a un hijo y a un padre que hace caso ciegamente a una orden de ese tipo.
Podemos pensar que, por un lado, Dios quería probar la fe de Abraham y éste pasó la prueba. También los sabios explican que Abraham fue puesto a prueba 10 veces, y con el sacrificio de Itzjak, su fe en Dios quedó sellada para siempre.
Otra explicación dada es que, el hecho de que el sacrificio no se haya concretizado, nos enseña que las acciones y costumbres de los otros pueblos (en este caso, el sacrificio humano) no deben ser imitadas, porque el Dios de Israel prioriza la vida.
¿Existe tal fe que nos haga perder la razón? Como dijo el filósofo Kierkegaard, la fe comienza precisamente allí donde la razón termina. Si se tratara de una falta de razón, el acto de Abraham estaría lindando con la locura, pero la fe implica una suspensión de la razón en la fe. Según la fórmula de Kierkegaard, un Dios que pide a un padre matar a su hijo, representa el fin de la ética. Dios parece exigirle al padre una ruptura con el mundo y su ética.
Entonces padre e hijo salen de camino hacia el Monte Moriá y la primera palabra que hay entre padre e hijo, después de tres días de caminar hacia el sacrificio, es la pregunta de Itzjak: “Avi” (Padre mío). En respuesta, Abraham le responde:”Hineni bni” (Estoy aquí, hijo mío). Itzjak le pregunta que, si están todos los elementos para el sacrificio, dónde está el objeto a ser sacrificado, y Abraham le respondió: Dios proveerá el cordero para el sacrificio hijo mío.
¿Qué habrá querido decir el escritor?
Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío (hijo mío=Itzjak)/ Dios proveerá el cordero para el sacrificio: hijo mío (hijo mío=sacrificio).
En la descripción de este momento traumático, Abraham calla. No le dice nada a su hijo, ni cuando lo ata, ni cuando está por acuchillarlo, ni cuando sacrifican al cordero. Itzjak tampoco dirá nada en todo este proceso. Lo que sabemos es que “hijo mío” serían las últimas palabras que se cruzarán entre ellos, no sólo en este episodio, sino que nunca más, hasta la muerte de Abraham, volverán a dialogar. Dice la Torá que los dos fueron hacia el monte Moriá caminando juntos y después de la Akeidá Abraham regresó al lugar donde estaban sus criados. ¿Donde se fue Itzjak? No lo sabemos, pero parece que no volvió con Abraham. Si lo pensamos en términos psicológicos, puede que el hijo se haya enojado con el padre después de que éste lo quiso sacrificar, y tal vez este sea el motivo por el cual no volveremos a encontrar juntos al padre con su hijo, nunca más. Pero parece que este episodio no separó sólo al padre de su hijo. Tampoco volveremos a ver a Sará, madre de Itzjak, al lado de Abraham. Inclusive habrá un silencio profundo con Dios. Antes de la Akeidá, los diálogos entre Dios y Abraham eran muy fluidos, pero después de dicha prueba de fe, no habrá más diálogos entre ambos. Lo que está claro es que, si bien Abraham pasó esta prueba, el precio que pagó fue muy alto y las heridas dejaron huellas profundas.
El dolor que cargamos en el alma desde la Akeidá es el que nos hace ser parte de un mismo pueblo, aquellas heridas que nos pertenecen y nos identifican. El escritor Jaim Guri escribió en su poesía “Ierushá” (herencia) que la historia de la Akeidá diseñó la estructura genética del pueblo judío; Itzjak se salvó del sacrificio, pero fue su descendencia la que nació con el cuchillo clavado en el corazón. Abraham confiaba en Dios y tenía esperanza que al final se anulase la sentencia, para que Itzjak no fuese el sacrificio. Pero por otro lado, Abraham sabía que era muy probable que no apareciera un cordero y que, al final de todo, el cuchillo atravesase el cuello de Itzjak. Y a partir de ese momento, los hijos de Abraham fuimos sacrificados y el cordero no apareció. El Faraón ahogó niños judíos en Egipto, los romanos mataron a los habitantes de Iehudá y Ierushalaim incluyendo a los niños, en las Cruzadas fueron masacradas comunidades judías enteras y en nuestra generación fueron asesinadas miles de criaturas en la Shoá y nadie los pudo salvar. Hoy vivimos guerras en donde nuestros soldados siguen muriendo. La historia del judaísmo está plagada de eventos en los cuales los hijos de Itzjak fueron sacrificados sin salvación. Es nuestro objetivo lograr que el cuchillo, mencionado por Guri, represente la vida y no la muerte, ya que gracias a aquellos que luchan para defendernos, aquellos que se sacrifican, el pueblo judío sigue vivo. Tenemos que aprender a convivir con lo que nos fue designado, resignificando y reinterpretando nuestra Akeidá. Como escribió J.N. Bialik: “Be motam tzivú lanu et hajaiim” (con su muerte nos legaron la vida). Saber que todas esas muertes, esos sacrificios, no fueron en vano y que los que quedamos en este mundo tenemos la obligación de seguir luchando, para consolidarnos cada vez más como el pueblo que somos, para que lo que en el pasado nos condenó, en el presente nos fortalezca.
¡Shabat Shalom!
Prof. Dr. Damián Dzienciarsky
Coordinador Tali Amlat
LA PARASHÁ EN VIDEO:
Un proyecto conjunto entre el Seminario, Masorti Olami y la Asamblea Rabínica.
Los invitamos a compartir la parashá de la semana:
Parashat Vaierá Rabino Pablo Lugt, Kehila de Rosario, Argentina