De hecho, leer el Libro (o en su defecto escuchar su lectura) es la observancia principal de Purim. Por eso la historia es leída en forma pública en la noche misma de Purim y en la mañana siguiente mientras se acostumbra a abuchear o hacer ruido cada vez que el nombre de Hamán (el malo de la historia) es nombrado. Al mismo tiempo todo esto sucede mientras la mayoría de los participantes van disfrazados y un poco alcoholizados a escuchar la lectura pública. Sin dudas Purim es una celebración bastante extraña comparado con el resto de las festividades judías: la gente se disfraza, se realiza una recreación teatral de la historia en forma de burla, se estimula el exceso de bebida alcohólica y se vive en un clima general de frivolidad y poca solemnidad en contraste con cualquier otra fecha del calendario judío. El Talmud mismo nos alienta a emborracharnos al punto tal que no podamos distinguir entre el “Maldito Hamán” y el “Bendito Mordejai” (TB Meguila 7b).
La mejor manera de leer la narración de Ester es desde la orientación del género literario de la comedia. Todo el clima y contexto en el cual es leída nos sugiere eso (¡seamos sinceros, estamos disfrazados y un poco alcoholizados leyendo el texto!). La historia comienza con una escena de voyeurismo en el cual un grupo de nobles borrachos piden ver a la Reina Vashti usando su corona ¡y según el midrash rabínico la corona es lo único que tiene puesto! (Ester 1:11). Luego la historia sigue con una detallada descripción del harem en el cual las chicas se preparan para pasar una noche en la cama del rey (Ester capítulo 2). Por lo tanto todo el aura que se describe en la corte de la ciudad de Shushan en donde se desarrolla la historia está saturada de sexualidad, alcohol y banquetes típicos del
género de la comedia. Incluso las confusiones entre Ajashverosh y Hamán en los capítulos 6 y 7 nos recuerdan los enredos bizarros y los malentendidos típicos que nos hacen reír en una Ópera como “Cosi fan tutte” de Mozart.
Abundan en el Libro de Ester las improbabilidades, las exageraciones, los malentendidos y los “tiros por la culata” haciendo que todo termine saliendo al revés. Por ejemplo hay ciertas cosas que no tiene lógica: la identidad judía de Ester permanece oculta todo el tiempo aún cuando todos saben que ella está relacionada o emparentada de una forma u otra con Mordejai el judío. O por otro lado la idea que una insignificante minoría judía asesina 75,000 enemigos llegando al final de la historia es imposible de creer. Los personajes son caricaturescos al punto tal que el rey Ajashverosh es en realidad un bufón, un rey inseguro y torpe que nunca sabe bien qué debe hacer y está a la absoluta merced de sus ministros.
Analizando los elementos narrativos descubrimos que son bastante clásicos y simples: rivalidad entre cortesanos, una mujer que utiliza sus encantos para salvar a su gente, identidades ocultas que se van revelando y el triunfo de las fuerzas del Bien sobre el Mal. Al mismo tiempo la narrativa toma material prestado de la Biblia misma en la rivalidad entre Saul y Agag el rey de los Amalekitas, quienes son reencarnados en Mordejai y Hamán.
Todos los académicos concluyen que claramente ninguno de los eventos que se narran en el Libro de Ester son reales o verídicos históricamente y por eso el intento de leer el texto como si fuera una crónica o un registro histórico le quita todo el simbolismo y el sentido. Si bien la escena en la corte de Persia es auténtica (y esa es la maestría del autor del texto) todos los personajes y eventos son una ficción. No existe ningún documento que atestigua que existió alguna vez una Reina Judía en Persia.
Incluso el Imperio Persa fue tal vez el más tolerante de todos con respecto a sus minorías y particularmente la minoría judía. Un edicto para asesinar a toda la población judía por parte de los persas resulta muy poco probable teniendo en cuenta que los persas mismos permitieron que los judíos regresen a la Tierra de Israel luego de la destrucción del Primer Gran Templo por los babilonios e incluso los autorizaron para que reconstruyan el Segundo Gran Templo.
Por si esto fuera poco en el Talmud (Meguila 7a) el sabio Rav cita en nombre de su maestro Samuel que el rollo de Ester no posee inspiración divina. Samuel niega así la voz de Dios en el Libro de Ester quizás porque se sentía incómodo al leer sobre sexualidad y alcohol en una historia del TaNaJ. Pero si hay algo que siempre le ha llamado la atención a todo el mundo incluido los primeros rabinos es la ausencia de Dios o de cualquier observancia religiosa (en la historia no hay plegaria o rezo, no hay restricciones con respecto a las comidas, no hay mención de la modestia típica judía e incluso hay un matrimonio entre una judía con un no-judío). De hecho los primeros rabinos se agarraron la cabeza con la idea que Ester se casaba con un no-judío y decidieron resolver el problema a través
del midrash sugiriendo que ella se había mantenido pasiva en la cama del rey o que en realidad el matrimonio nunca había acontecido. Tan curiosa como la historia en sí es otro midrash que declara que Ester siempre era servida comida kasher en la corte, lo cual implicaría que se había casado y al otro día declaró que era judía porque sino no se entiende cómo podía ser reina y no comer absolutamente nada.
Incluso sigue siendo una intriga que Mordejai y los judíos deciden ponerse de luto y ayunar ante el peligro del aniquilamiento en masa ¡pero se olvidan de rezar! (o al menos el texto omitió ese pequeño detalle). De todos modos debemos rescatar el motivo central por el cual hemos leído esta narrativa una y otra vez y ha sido importante para nosotros por miles de años. El texto nos conmueve seriamente en lo que respecta al hecho que está dirigido hacia el/la judío/a que vive en la diáspora, es decir fuera de la tierra de Israel. Leído bajo esa óptica, el Libro de Ester nos revela un principio fuerte de identidad, solidaridad comunitaria y una conexión con la tradición bíblica. Está claramente enfocado para una audiencia que vivía ya en la diáspora e incluso tal vez haya sido escrito por algún judío que vivía fuera de la tierra de Israel. Incluso la salvación final no incluye ni una mención sobre la restitución del Templo o la Tierra de Israel. El texto se preocupa principalmente por los problemas de una minoría, su vulnerabilidad frente a los gobiernos o las fuerzas políticas mayoritarias, la falta de autonomía y la dependencia del favor de la realeza y la perspicacia de los líderes comunitarios judíos para salvar al pueblo.
Pero por encima de todo esto el Libro de Ester sigue resonando en los judíos por la famosa declaración de Hamán en el Capitulo 3 versículo 8: “hay un pueblo mezclado y disperso entre los otros pueblos en todas las provincias de tu reino, cuyas leyes son diferentes de las leyes de todos los demás pueblos y no obedecen las leyes del rey”. La declaración falsa de Hamán se convirtió en el mensaje típico del antisemitismo que ya debía ser lo suficientemente importante como para resonar en la audiencia original que escuchó está narración por primera vez en la historia.
Al final tenemos un “final feliz”: el Bien triunfa y el Mal es erradicado. El Libro bien entendido genera el efecto necesario en el público que aplaude y grita celebrando el triunfo de una minoría traicionada por su archienemigo bíblico. Finalmente se hace de un mensaje serio como el antisemitismo y el asesinato en masa de judíos una simple comedia. Reflejo, tal vez, del típico humor judío que lo ha ayudado en los momento más duros de su historia y la conciencia que la espiritualidad y santidad más profunda no necesariamente requieren seriedad sino humor y alegría.
¡Purim Sameaj!
Rab. Diego Edelberg