Se trata de Deborah Rosenberg. El camino que realizó, su preparación religiosa en Israel y el recuerdo de sus abuelos, sobrevivientes del Holocausto judío
A través de una ceremonia vía Zoom, Deborah Rosenberg (42) se convirtió en rabina. Es la primera en ser ordenada por el Seminario Rabínico Latinoamericano en el ultimo lustro en Argentina y la decimotercera en sesenta años.
“Esto es algo que me llena el corazón y da fuerzas. Si pienso en cómo lo siento hoy, me emociona decirlo porque este un camino que sigo pensando y luchando. Recibí la ordenación, pero este camino recién comienza”, dice Rosenberg sobre las sensaciones que tiene al saberse una mujer que asumió este compromiso por la comunidad a la que pertenece, Lamroth HaKol, en la que está a cargo, principalmente, de la preparación de los chicos y chicas para su bar y bat mitzvá.
El Seminario Rabínico Latinoamericano que la ordenó fue fundado en 1962 por el rabino norteamericano Marshall T. Meyer, uno de los mayores defensores de los derechos humanos que hubo en Argentina, donde vivió entre 1959 y 1986. “Fue discípulo del activista de los derechos civiles y compañero de Marthin Luther King, Abraham J. Heschel (1907-1972)”, señala sobre él Alejo Giudice, director de Consuasor y uno de los promotores de las acciones de la flamante rabina.
El camino de formación: entre la filosofía y el judaísmo
Rosenberg comenzó a participar activamente en la vida del templo a sus 15 años y recién ahora siente que tiene la posibilidad de “compartir todo lo que me compartieron. Este camino se hace acompañado de la familia y de la comunidad, principalmente. No se hace solo”, resalta esa importancia y compara el momento en que optó por estudiar Filosofía en la Universidad de Buenos Aires.
“Cuando terminé esa carrera, que estudié por una motivación personal, tuve el deseo de seguir estudiando al judaísmo, que había dejado atrás aunque siempre me apasionó. Es muy importante que las mujeres que estamos apasionadas en nuestras tradiciones, nuestras fuentes, en el análisis de la Torá y del Talmud, que comencemos a participar activamente involucrándonos, revisando esas fuentes y viendo el lugar genuino de las mujeres que desde lo cultural fue corrido, no desde nuestros sabios”, reflexiona sobre lo que transmite el movimiento conservador al que pertenece.
Al respecto, define: “La palabra conservador en castellano no suena exacto a la palabra en hebreo, que tiene que ver más con la idea de tradición, pero que busca adaptar nuestras leyes a la actualidad; siguiéndolas sin cambiarlas, y haciendo un proceso académico incluso para poder adaptarlas para que, por ejemplo, haya una mujer rabina, una mujer que estudia la Torá y que puede enseñarla como también usar todos los objetos rituales para rezar si así lo desea”.
Tras esa definición vuelve a poner el acento en la importancia de que “como mujeres estemos involucradas, informadas y difundiendo este mensaje inclusivo e igualitario porque esa es también la bandera del movimiento conservador”.
“Creo en nuestras leyes y en la importancia de ellas, no por el mero hecho de obedecerlas sino para lograr una convivencia social armónica y orientarse ante la vida”
Rosenberg recibió su fe por tradición y cultura familiar, y en la escuela que la formó durante su infancia y adolescencia. Luego inició su preparación en el Seminario, en 2015. “Uno de los requisitos para llegar allí es la formación en el Profesorado en Hebreo, que finalicé en 2001 en la AMIA”, cuenta. En 2019, el último tramo de su instrucción la llevó un semestre a Israel, adonde llegó con su hija de 3 años. “Allí completé mis estudios y di los exámenes que faltaban en Argentina”, sostiene y recuerda que llegó un mes antes de la cuarentena iniciada en marzo de 2020.
“La experiencia en Israel fue maravillosa. Todo lo que había estudiado a lo largo de mi vida y, particularmente, lo que hice en el Seminario fue extraordinario y se potenció al transitarlo en Jerusalén, principalmente; en el mismo espacio de estudio que estaba situado en una zona montañosa, con una biblioteca exquisita, con compañeros con los que se hablaba en hebreo, con referentes académicos y rabinos reconocidos. Fue muy enriquecedor, dieron materias diversas que terminaron de complementar y sumar conocimientos. En mi caso fue intensivo por la situación familiar”, manifiesta porque además debía dedicarse a la pequeña niña.
En el tiempo en que transcurrió sus estudios, no hubo otras mujeres en Argentina, sí en Israel. “Allí estudian algunas rabinas como parte de su formación o maestría en las diversas ramas del judaísmo. Desde el movimiento conservador sí había mujeres que se formaban en las escuelas rabínicas del lugar”, señala.
La historia familiar y las enseñanzas de su abuelos
Déborah tenía menos de 10 años y no conocía aún qué significaba el cuadro en la casa de sus abuelos que mostraba el Levantamiento del gueto de Varsovia, pero sospechaba que allí había una historia dolorosa. Habla de sus abuelos, de los que aprendió más allá de la historia escrita sino la vivida y quienes le inculcaron la importancia de mantener viva la memoria y reconocer que “cuando se es chico, estas historias se naturalizan. En la adolescencia, cuando ya se tienen conocimiento, las historias y los abuelos cobraron un significado aparte. Sobre todo porque en esos años de mi vida se comenzó a la Marcha por la vida, de la que deseo participar”.
Mario Rosenberg, su abuelo paterno, sobrevivió al Holocausto y falleció cuando ella tenía 16 años. “Fue sobreviviente de Auschwitz. En el gueto de Varsovia perdió a su mujer, a su hija y a su madre. Cuando era chica miraba los números en su brazo y él me decía que era su número de teléfono, pese a mi edad conocía el número de teléfono y sabía que no era ese”, recuerda las tardes junto al hombre que “nunca nos habló directamente de la Shoá, probablemente por lo traumático”.
Raquel Mehlmann, esposa de Mario, compartió con sus nietos aquellos recuerdos. “Como toda persona mayor, en sus últimos años, hablaba mucho de todo lo que había vivido y remarcaba la importancia de la memoria. Tenía ocho hermanos y sus padres decidieron quedarse en Polonia en lugar de ir a Rusia y eso determinó que en la familia quedaran cuatro hermanos: ella, una hermana y dos varones. Todos los demás fueron asesinados”, lamenta.
Los abuelos maternos León Orfus, emigrado de Polonia antes de la Segunda Guerra, y Clara Israelson, tenían un taller textil que fue la segunda casa de su infancia. “Mi bobe fue una mujer de las colonias judías de Entre Ríos que forjó con sacrificio y tesón un mejor destino para sus descendientes” revela.
Pensando en ellos, Deborah asume con más peso su rol. “En el templo desarrollo tareas educativas y desde que entré, hace 11 años, reemplazando al rabino principal cuando no está me ocupo de los servicios religiosos”.
Desde su lugar como mujer con voz en la comunidad, reflexiona: “Creo que seguir su pasión no será fácil para las mujeres. Las circunstancias en la sociedad, en general, las seguimos cambiando, se están adaptando y pienso que estamos en el mejor momento para eso. Pido a las demás mujeres que no dejen de lado la posibilidad de hacer lo que les apasiona por lo difícil que pueda resultar. Y si lo dejan por eso, es porque tienen que buscar otra pasión porque cuando se hace algo con pasión, más allá de las circunstancias, se va para adelante porque es algo que llena el corazón y da fuerzas”, concluye.